sábado, 16 de julio de 2016

Se Hace Saber



Tal vez haya llegado ya a vuestros oídos la noticia de que la Unidad Geriátrica de Agudos (UGA) del Hospital Universitario Gregorio Marañón (HGUGM), referente a nivel nacional e internacional, iba a ser desmantelada por orden de la gerente del mismo hospital, incorporada desde Noviembre de 2015 tras su paso por el Hospital Universitario Puerta de Hierro.

Esta noticia, que no resultó todo lo polémica que debiera por eso de que la Geriatría no deja de ser la especialidad dedicada a ese sector de la población tan olvidado y por el que muy pocos velan, es falsa. Y si digo que es falsa no es porque quiera retroalimentar la pesadilla a la que se enfrentan los profesionales de dicho servicio, sino porque la realidad que yace bajo la decisión de limitar el número de camas de agudos de un servicio que brilla por su alta calidad, es mucho peor de lo que parecía.

Hace unos días, César Pascual Fernández – director general de Coordinación de la Asistencia Sanitaria –, defendía que “las obras en el Instituto de Oncología” – edificio en el que, a día de hoy, está localizada la UGA – “obligan a moverla a otra zona del centro sanitario y a trasladar parte al Instituto Provincial de Rehabilitación”. Este comentario, que no deja de reflejar el clarísimo sinsentido que supone reducir el número de camas de pacientes agudos a costa de ampliar el de las camas destinadas a paciente convalecientes (porque si quieren ampliar, o que potencien ambas, o que amplíen las de convalecencia sin sacrificar las de agudos), aunque desmiente el rumor de que la unidad en cuestión iba a ser cerrada, ni hace justicia a la realidad a la que se enfrentan los trabajadores del hospital, ni especifica que – según tiene entendido la mayoría del personal del centro – las obras del Instituto Oncológico no se realizarían si no se hubiese decidido cortar las alas a Geriatría a costa de potenciar la Oncología.

La UGA del HGUGM a día de hoy cuenta con dieciséis camas, una planta especialmente habilitada para el paciente anciano (habitaciones amplias, barandillas en los pasillos para facilitar la deambulación, etc), un equipo de enfermería específicamente formado para atender las necesidades de los enfermos geriátricos, personal del indispensable trabajo social y un equipo médico compuesto por varios adjuntos y residentes. Si el traslado al edificio central de la ciudad hospitalaria fuese íntegro, esta decisión no tendría mayor repercusión salvo la puramente física, puesto que, al abandonar la planta, se perderían las instalaciones específicamente adaptadas a lo largo de estos años para los pacientes ancianos. Sin embargo, el traslado no va a ser simplemente físico, sino que, al parecer, el número de camas para estos pacientes se vería reducido a diez, el traslado de todo el equipo de enfermería (repito: específicamente formado en el arte [sí: arte] de atender al paciente geriátrico) sería inviable, y la calidad de una unidad que, a día de hoy, es el lugar al que muchos de los pacientes prefieren ingresar, podría verse afectada.

Y no me malinterpreten, porque la labor de ese fantástico equipo no se vería sólo limitado por barreras físicas. Su labor se vería limitada por la desintegración de ese grupo ya consolidado de profesionales (recordemos que la Geriatría destaca por su abordaje multidisciplinar), porque el paciente geriátrico es infinitamente más complejo que cualquier otro (y, entre otras cosas, requeriría de unas instalaciones especiales), y porque aumentar camas de convalecencia en un centro externo a la ciudad hospitalaria (que es lo que se pretende hacer) limitaría los recursos a los que puedan acceder los profesionales para estudiar al enfermo, paliar sus síntomas y optimizar su tratamiento.

Finalmente, y entrando ya en el verdadero problema, según las declaraciones de César Pascual Fernández, este incidente – por ahora muy centralizado sobre el HGUGM – podría dar comienzo a un efecto dominó que afectaría a todas las UGA de la Comunidad de Madrid. Porque, por mucho que Pascual Fernández prometa que se van a crear nuevas UGA, si el primer paso para conseguirlo es debilitar las que, además de pertenecer a hospitales de alto nivel, ya han demostrado ser potentes, resulta cuanto menos evidente que los planes de la Consejería pueden ser otros muy distintos.

Ante esto, los geriatras de la comunidad han hecho sonar las alarmas (siendo una de ellas el hashtag #GeriatriaEnAgudos, muy activo en la red social Twitter), y si lo han hecho ha sido porque en el propio Plan Estratégico de Geriatría de la Comunidad de Madrid de los años 2011-2015, se hace la siguiente afirmación:

“Uno de cada 4 pacientes que ingresan en un hospital tiene 75 o más años y de estos, dos terceras partes lo hacen como consecuencia de un proceso médico agudo. De los pacientes de 80 y más años ingresados por patología médica en Madrid, menos de un 10% lo hacen en una Unidad Geriátrica de Agudos cuando la evidencia científica muestra los beneficios en términos de eficacia (reducción del riesgo de deterioro funcional e institucionalización) y eficiencia (reducción en un 10% de la estancia y costes hospitalarios) de estas unidades con estos pacientes.”

Por lo tanto, si las Unidades Geriátricas de Agudos han demostrado su eficacia, que se nos explique por qué quieren limitarlas. Y, por supuesto, si tal y como dice César Pascual Fernández, su apuesta es “crear unidades geriátricas de agudos en hospitales donde todavía no hay” (una decisión que todo geriatra aplaudirá), que también se nos explique por qué la gran mayoría de geriatras preocupados como yo no sólo no sabíamos nada de esto, sino que además hemos empezado a temer - visto lo ocurrido en el HGUGM - por la integridad del resto de las UGA de los hospitales de Madrid. 

Porque reducir el número de camas de este tipo de unidades, no sólo es un atentado contra la especialidad, sino también contra los pacientes ancianos.

Así que, lectores, ¿sois también geriatras preocupados?.


Dr. GP

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